Una rara avis en todos los sentidos. Después del chapuzón lisérgico-filosófico-político-social del tercer filme de la serie Billy Jack, Tom Laughlin cambió de montura y realizó, esta vez sí, un western. Pero el cineasta norteamericano no le gustan los caminos fáciles. Seguidor del jidai-geki, decidió rehacer un reciente título japonés que le había impresionado adaptándolo al gusto occidental y añadiendo una cierta base real histórica en uno de los aspectos desarrollados. El título en cuestión que utilizó como base es Goyokin/Tiranía (1969) de Hideo Gosha. En el mismo, un ronin se enfrenta a su antiguo señor que masacró a los habitantes de un pueblo para quedarse con el oro que habían recuperado de un barco naufragado perteneciente al Shogum. Cuando el citado guerrero descubre que su antiguo amo va a perpetrar una acción similar (rompiendo la promesa dada que no lo haría de nuevo) volverá para impedirlo. Un planteamiento sin duda apetecible que generó un remake desigual pero ciertamente curioso.
The Master Gunfighter (1975) se ambienta en California pocos años después de su incorporación a los Estados Unidos. Una hacienda hispana de una zona costera ve en peligro su poder. Para ello provocan el naufragio de un buque del gobierno americano al que roban el oro y posteriormente masacran a la población indígena que ha sido testigo y colaboradora del asalto. Uno de los hombres del rancho, Finley asqueado por la atrocidad decide abandonar el lugar obteniendo antes la promesa de su amigo y compañero Paolo de no volver a repetir una acción similar. Finley se va a Mexico y durante tres años le vemos trabajando como experto en armas en un espectáculo de feria. Cuando descubre que Paolo ha decidido romper su pacto, volverá a ajustar cuentas.
Primero. Para sorpresa del respetable los principales protagonistas masculinos portan espadas japonesas (algunos un simple sable) y revolver en la cintura. Ambos elemetos son usados de forma indistinta en la película. Como cita Burguess Meredith al principio del filme en voz en off: "Todo relato tiene parte real, parte ficción y especialmente la interpretación personal del que lo cuenta". Para Loughlin en la California de mediados del siglo XIX, el dominio del combate a espada al estilo nipón es un hecho y los duelos a espada, el climax de todo enfrentamiento personal.
Segundo. Al tratarse de una zona de amplia influencia hispana, los protagonistas visten ropas de tendencia latina, aparte de ponchos pero también algunos ropajes donde confuyen gustos orientales y occidentales. La propia geografía de la historia es un elemento importante. Estamos ante un western costero, donde el mar es una presencia recurrente. Las capillas y los motivos cristianos están a la orden del día. Los indigenas siguen sus propios rituales pero siempre focalizados desde la visión hispana.
Tres. Las secuencias de acción combinan tiroteos con revólver y enfrentamientos a espada. Un aspecto interesante son las cabalgadas del grupo de la hacienda escenificadas como si fueran las de un fime japonés en lugar de las habituales de un western americano. Prima en ese aspecto lo descriptivo a lo narrativo. Además el uso de lanzas en algunos jinetes y la forma de represión al pueblo pesquero refuerzan este aspecto.
Cuatro. Tom Loughlin se muestra efectivo aunque un tanto dubitativo en el planteamiento de la historia. A lo largo del metraje inserta varios flashback intentando aclarar el nudo argumental original. La base de la guión es un doble enfrentamiento de honor y por amor (aquí entra el personaje de Barbara Carrera) al que se añaden personajes secundarios y diversos grupos que entran en colisión (el pueblo oprimido vs la tiránica hacienda). Siendo un filme del creador de Billy Jack no faltan las reflexiones concienciadoras pero estas nunca llegan a colisionar con el relato de acción. Laughlin aprovecha el formato panorámico para integrar la estética propia del jidai-geki en el formato western que desarrolla. En muchos momentos lo consigue, especialmente en las secuencias de lucha y en su valoración del paisaje narrativo.
Cinco. El Laughlin actor está tan hierático y distante como en sus filmes de Billy Jack (aunque aquí no hay momentos de distensión) y su personaje recuerda a las traslaciones que Tony Anthony realizo de otros iconos del cine japonés al western. Contra él, y en el papel de villano encontramos a un Ron O´Neal, sobrio y un tanto desubicado, cuya vestimenta haría las delicias del Prince de la primera época. Más agradecido, tanto por su personaje como por la actuación, está Lincoln Kilpatrick con uno de esos personajes que juega a varias bandas aunque siempre apoyando al héroe de la función. Por último destacar a Barbara Carrera en uno de sus primeros papeles, aunque el aspecto dramático que la toca lidiar es lo más débil de la función.
Sexto. La película aparece dirigida por Frank Laughlin que no es más que uno de los pseudónimos habituales utilizados por Tom (aquí empleando el nombre de su hijo). La fotografía corre a cargo del veterano Jack A. Marta obteniendo un excelente resultado como en el anterior filme de Billy Jack y la banda sonora corre a cargo de Lalo Schifrin dejando su sello en un efectivo soundtrack. Obra poco vista, The Master Gunfighter (1975) pese a sus deficencias es una pieza ideal para degustadores de las conexiones eastern-western.
Lo mejor: los duelos a espada, la insólita ambientación de la película y la constante presencia de cuervos.
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