jueves, 14 de mayo de 2009

HOUSE ON SKULL MOUNTAIN (1974)


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El cine de terror afroamericano setentero tuvo sus pequeños hitos en el cambio de color inflingido a la galería de monstruos clásicos del género (hoy en día lo más recordado) pero también dio lugar a un puñado de indiscutibles rarezas menos citadas como Experimento Diabólico/The Thing with two heads (1972), la inencontrable Devil´s Express (1975) protagonizada por el misterioso Warhawk Tanzania o esta encantadora película sureña a la que dedicamos este nuevo espacio. Producción independiente rodada en Atlanta, financiada por dos pequeñas compañías creadas para la ocasión (Chocolate Chip y Pinto) aunque distribuida por una major (en este caso la 20th Century Fox), House on Skull Mountain fue el único film dirigido por el montador Ron Honthaner que se mostró muy fiel a los patrones del cine black de la época.

Los descendientes de una extraña anciana de color de procedencia haitiana, regente de la mansión a la que hace mención el título de la película, son reunidos en dicho lugar para hacerles participes del legado de su familia. Las cosas se ponen feas desde el principio, no solo por que uno de ellos sea un antropólogo blanco sino por que la mansión, como no podría ser de otra forma, parece condenada por algún hechizo. Pronto comienzan las enigmáticas muertes, los fenómenos extraños y los sustos baratos que tratan de esconder el secreto de la Casa de la Montaña de la Calavera.
Si por algo despierta simpatía este modesto film de terror es por su tono claramente avejentado y por una serie de detalles que enriquecen tan raquítica (en lo referente a presupuesto) propuesta. Por un lado, destaca el fascinante matte-painting de la casa mostrado en diversos momentos del film y que la convierten en pieza de compañía de otras grandes y muchos más renombradas haunted house cinematográficas. Por otro lado, sus excelentes títulos de crédito, presididos por un cráneo coronado por una vela acompañado por el llameante nombre del film, y amenizados por un sugerente tema musical de potentes sonoridades percusionistas. El resto, muertes más o menos logradas, cuidada ambientación, extrañas apariciones, utillería vudú, invocaciones mágicas, mayordomos sospechosos, conatos de love story en clave lounge, incrédulos policías y un climax final de indudable sabor pulp donde se dan cita ceremonias caribeñas, almas hechizadas y hasta una muerta viviente.

Una película modesta pero singular, protagonizada por un puñado de competentes actores completamente desconocidos a excepción del gran Victor French (en esta ocasión sin su inseparable amigo Michael Landon), que aprovecha con dignidad los escasos medios puestos en su realización (destacando su contrastada fotografía, su ajustada banda sonora y su aséptica ambientación) y desarrolla con cierta dignidad la simbología esotérica del siempre efectivo folclore vudu. Realizaciones más comentadas dentro del terror blaxploiter no lograron tanto con tan poco.

jueves, 7 de mayo de 2009

SUPERFLY T.N.T. (2)


Otro de los cambios perceptibles en esta secuela fue su banda sonora. Curtis Mayfield no repitió a la hora de componer la música del film y en su lugar se optó por un grupo experimentado en sonidos completamente diferentes: Osibisa. Fundado en Londres en 1969, por músicos de orígenes diferentes(africanos y caribeños) a los que les unía el color, este excelente combo experimentó y fusionó sonidos del continente africano, música caribeña, ecos latinos, jazz, rock, rhythm&blues, funk, soul y realmente todo lo que se les pusiese por delante. Creadores para muchos del denominado World Music, Osibisa alcanzó gran popularidad en los años 70, influenciando con su propuesta musical a muchos músicos posteriores. El soundtrack de Superfly TNT opta por lo tanto por esta insólita fusión que ayuda a descolocar aún más a los seguidores de Youngblood Priest y del título original. El resultado, aún aceptando sus irregularidades, es plenamente satisfactorio aunque su integración en las imágenes del film no alcanzó las cotas de la obra anterior. No obstante, es una banda sonora que sorprende por su propuesta plenamente vanguardista de fusionar folk africano y soul-funk urbano, y que la diferencia claramente de otras columnas sonoras del periodo. Temas como T.N.T., Prophets o Kelele justifican plenamente su escucha.


Superfly T.N.T. ha quedado como una pequeña rareza dentro del cine afroamericano de los setenta. Su visión actual, aunque algo envejecida por el lógico paso del tiempo, sorprende por su condición de obra al margen de las habituales action movies del momento. De hecho, sus planos finales le dan una posibilidad de prolongación futura que desafortunadamente no tuvo lugar a corto plazo, y menos por la senda propuesta en este filme. No existen vibrantes escenas de acción, ni vistosos trajes con los que adecuar la filosofía super cool de muchas blaxploitation. Ron O´Neal le quiso dar un tono más intimista y profundo, que en pantalla cae muchas veces bajo el peso de la ingenuidad. Se podrá desprender de mis palabras un claro sesgo de ambigüedad, pero es el mejor calificativo que define a esta olvidada película. Sus pretensiones y ambiciones nunca están a la altura de sus modestos resultados.


Ron O´Neal y Sheila Frazier volvieron a encarnar los principales personajes de la película, aquí secundados por Roscoe Lee Browne, Robert Guillaume y el siempre extraño William Berger. Rodada entre Italia y Senegal, Superfly T.N.T. muestra en sus créditos abundantes nombres de técnicos italianos lo que no convierte al filme aunque pueda parecerlo en una explotation italiana de los típicos éxitos del momento.


O´Neal y Frazier se reunieron una vez más a finales de los 70 en The Hitter/El Camorrista, una de las últimas blaxploitation de los años setenta. Sin embargo, ninguno de los dos apareció en The Return of Superfly (1990), obra rodada directamente por el productor Sid Haig, aprovechando el boom del nuevo cine afroamericano de finales de los 80 y comienzos de los noventa. En esta ocasión, y tras 20 años de exilio en París, Youngblood Priest (encarnado aquí por el actor Nathan Purdee), regresaba a su barrio para vengar a su antiguo colega Eddie y enfrentarse a los nuevos señores de la droga. Una secuela solo recordada por suponer el regreso de Curtis Mayfield (justo antes de su trágico accidente) realizando para la ocasión una banda sonora en colaboración con Ice T. y otros nombres importantes de la escena hip hop del momento. Lo viejo y lo nuevo se dan la mano en esta insólita quimera musical.


viernes, 1 de mayo de 2009

SUPERFLY T.N.T.


Youngblood Priest vive en Roma, liberado de todo aquello que le tenía sometido y que estuvo a punto de acabar con él. Dispone de un apartamento de diseño y pasa el tiempo jugando al poker y paseando en coche con su novia por las calles de la capital italiana. Sin embargo, su vida carece de sentido. Vaga sin rumbo y busca encontrar un camino que de sentido a su huida y lógicamente a su propia vida. En una de las timbas tiene un encuentro con el Dr. Sonko, un diplomático de la ficticia nación africana Umbría, que está intentando conseguir dinero y armas para levantar una rebelión en su país que acabe de una vez por todas con el gobierno colonial blanco. Priest decide tomar partido y ayudará al citado político. Pero su acción tendrá consecuencias.


A la hora de devolver a las pantallas a Youngblood Priest, Sig Shore y Ron O´Neal optaron por un enfoque radicalmente distinto. Quizás las duras críticas recibidas por el film original calaron en sus responsables lo que les llevó a adoptar un giro radical pero hay que reconocer que la senda tomada para esta secuela no fue nada acomodaticia ni mucho menos esperada. Dos de las bazas que convirtieron a Superfly (1972) en un éxito no fueron utilizadas, algo que de alguna manera resintió el resultado final de esta continuación. La primera de ellas, la ausencia de Gordon Parks Jr. detrás de las cámaras, permitió a Ron O´Neal debutar como director. La impericia del actor en tales tareas queda demostrada en la arritmia narrativa de Superfly T.N.T. (1973) pero no hay que achacar al debutante que el resultado decepcionase en el momento de su estreno. El argumento propuesto para esta nueva aventura del ex-camello tocaba aspectos completamente ausentes en el film original. Quienes esperaban una nueva incursión de nuestro hombre más duro y supercool en el ghetto vieron sus esperanzas frustradas. El guión, a partir de un argumento de O´Neal y Shore, corrió a cargo del escritor Alex Haley (autor de Raíces y de una famosa biografía sobre Malcom X) y en ningún momento esconde su condición activa de obra militante. No nos encontramos ante una película política pero su sesgo ideológico es mucho más profundo que el de muchas obras del periodo dorado de la blaxploitation. En la película, se cita explícitamente al movimiento musulmán creado por Elijah Mohamed, un grupo de gran repercusión entre la comunidad afroamericana en los Estados Unidos, completamente ausente en el resto del mundo.


En Superfly T.N.T. se discute en determinados momentos, de una manera candorosamente ingenua, sobre los problemas político-sociales de la población afroamericana, la escasa repercusión de la acción de los líderes negros en USA y el paralelismo de esta situación con lo que acontecía en el continente africano. El tono es abiertamente didáctico y se busca una concienciación similar a la que encuentra Priest en el filme. África es vista como lugar de origen del pueblo negro, un paraíso perdido donde hay que buscar y encontrar la auténtica identidad de la población afroamericana. Esta idea es explicitada en Superfly T.N.T. con un montaje de imágenes que muestran la visita del protagonista a África y digámoslo ya el comienzo de su verdadero despertar. Un sonriente O´Neal se yuxtapone en pantalla con una serie de idílicas imágenes del día a día en la vida de los africanos. Es una secuencia que cumple un propósito similar al montaje fotográfico del negocio de la droga en la película original aunque su resultado es más rudimentario.


A su regreso a Roma, anuncia su nuevo nombre: Mustapha Priest. Esta radical toma de postura, es posteriormente acentuada con la captura y tortura a la que es sometido Priest por un grupo de soldados blancos. Una serie de escenas que lejos de explotar el elemento mórbido de las mismas tienen un claro aspecto crítico lo que desarma su propio contenido violento. Es llamativo que las escasas escenas de acción del filme opten por un tono abiertamente documental en lugar del esperado tono lúdico de otras propuestas. No hay nada que pueda parecer gratuito en esta extraña propuesta. La liberación final del personaje adquiere entidad simbólica, lo que otorga a Superfly T.N.T. un aspecto de obra no terminada, de extraño work-in-progress que le acerca a títulos como Sweet Sweetback Baaadasss Song. Estamos, por lo que se puede apreciar, más cerca de la experimentación que de un producto comercial al uso. La audiencia por ello no respondió y Priest desapareció rápidamente de las plateas.