


















Ha fallecido a los 84 años el director británico Robert Fuest, cineasta por el que tenía particular querencia, con una obra irregular aunque pintoresca repleta de títulos fantásticos en los años 70. Curtido en la mítica serie de "los vengadores" (trabajó como diseñador artístico y luego como director de varios episodios), dejó lo mejor de su obra en el magnífico díptico del Doctor Fuest (sus obras más imperecederas gracias al toque decadente y estravagante de su puesta en escena), su polémica adaptación de "El programa Final" (primera novela del ciclo Cornelius que disgustó a Moorcock a pesar de que retrataba bastante bien el universo ideado por el creador del multiverso), un insólito y reivindicable filme satánico de ambiente desértico (La lluvia del diablo) o el que es posiblemente su mejor trabajo, el thriller sesentero "De repente la oscuridad". Preocupado siempre por el aspecto formal de sus obras y los detalles más vinculados a su querencia artística aunque estos chocasen con la coherencia narrativa, Robert Fuest supone un pequeño y particular islote en el cine británico de finales de los 60 y primera mitad de los 70. Como tantos otros, un mercado adverso y los gustos diferentes del público le fueron apartando de la realización. Pintor, publicista, escritor, profesor y cineasta. Descanse en paz.
El sello Max era el mejor lugar para hacerlo. Se podría incorporar una historia dura, sin concesiones y que recuperara lo mejor del personaje creado en 1972 por Archie Goodwin y John Romita sr. La matriz elegida por Azarello era la inigualable "Cosecha Roja" de Dashiel Hammett, aquí situada en una zona suburbial poblada por bandas y gangsters y donde la corrupción urbanística ha llegado a límites insospechados. Una víctima inocente, una madre pidiendo justicia, un (anti)héroe que no busca mezclarse pero que acaba en el epicentro de una guerra de bandas y una serie de lugares y tipologías perfectamente reconocibles por el lector.
Cage no viste su blusa amarilla ni su cadena a la cintura ni mucho menos su cinta metálica en la frente. Revestido según el arquetipo propio del hip hop, derrochando chulería y cinismo a raudales, Cage vuelve a las calles remozado como nunca antes (ni después) se ha hecho. Azzarello utiliza perfectamente la jerga callejera y su gusto por las "detective stories" para imprimir al relato un agradecido envoltorio noir que acaba convertido en protagonista de la aventura.
Corben por su parte le imprime la fisicidad necesaria para que el relato impostado no acabe naufragando. Sus excelentes dibujos acaban sorprendiendo en una ficción superheroica a priori alejada de sus intereses. E incluso, cuando la historia ya no da más de sí, el trabajo del ilustrador americano acaba siendo el principal motivo para seguir leyendo las páginas de este memorable comic. Una lástima que no tuviera continuaciones.







