Empecemos. El maestro del terror (o del suspense, según publicidad adoptada) y el maestro del humor se juntaron a mediados de los 90, para realizar Un vampiro suelto en Brooklyn (1995), intento oportunista de levantar las alicaidas trayectorias comerciales tanto de Wes Craven como del propio Eddie Murphy. El resultado es una comedia terrorífica que ni provoca risa ni da miedo, y cuyo resultado comercial fue un merecido fracaso. Hay que reconocer a ambos que tras este bache las cosas les fueron mejor: Craven encontró un filón llamado Scream y Murphy empezó a ripear el humor de Jerry Lewis lo que le llevó a ser estrella de la taquilla a nivel familiar.
Vista hoy A Vampire in Brooklyn provoca indiferencia aunque es fiel a los patrones fílmicos ofrecidos por Murphy. Por si alguien está interesado, el filme es un ripeo de Blacula, aunque el vampiro lleva melena rizada y se llama Maximiliam. Un intento de respetar las coordenadas de un género, en este caso el terror y para más datos, las películas de vampiros (cuyas señas de identidad no son adulteradas, y es lo mejor de la función) pero mezclándolas, ay, con un humor grueso, de trazo chusco, que ni divierte, ni hace gracia y es poco más que un obstáculo en el desarrollo del filme (sirva de ejemplo los avatares del siervo zombie interpretado por Kadeem Harrison).
Craven hace lo que puede (o sea, muy poco) aunque el nivel de producción de la propuesta no es escaso. Y lamentablemente, echa a perder, las siempre fascinantes posibilidades de la propuesta. Eddie Murphy se toma muy en serio su papel y abre mucho los ojos para que su caracterización tenga tal efecto. Además para que sus fans no se aburran, se desdobla en varios personajes para demostrar sus dotes transformistas. Del cómico fresco y pendenciero de sus inicios, aqui queda muy poco. Para curiosos reseñar, que el finado Lucio Fulci volvió a criticar a Wes Craven el plagio de algunas escenas de esta película (bromas con el italiano muy pocas y al Craven le tenía atravesado).
Toma Dos: A finales de los 80, y aprovechando la moda de películas de gangsters (El Padrino III, Uno de los nuestros...), Eddie Murphy decidió pasarse a la dirección con Noches de Harlem (1989), un intento de homenajear y reivindicar el papel afroamericano en tal género y de paso, reunirse delante de las camaras con su adorado Richard Pryor.
En los tumultuosos años 20, Sugar Ray es el propietario de una casa de juegos en Harlem. Con la ayuda de su hijo Quick, Sugar tratará de evitar que el gángster Bugsy Callhoune, que cuenta con la colaboración de un policía corrupto, se entrometa en sus negocios.
Una lujosa producción compensada en los apartados técnicos con profesionales de primer nivel y respaldo de Paramount Pictures. El resultado aunque lejos del desastre anteriormente citado, carece de la brillantez deseada, dada la falta de homogeneidad del resultado. Un filme criminal con algunas notas de humor, que como película de gansters sabe a poco y como comedia de aromas clásicos se queda corta. No aburre pero tampoco engancha y Murphy no volvió a reincidir en la silla de director, por algo será. Curiosamente y a pesar de los problemas que se vivieron durante su producción, Richard Benjamin obtuvo resultados superiores con un apuesta similar Ciudad muy caliente (1984), reunión de dos estrellas de la pantalla: Clint Eastwood y Burt Reynolds.
Vista hoy A Vampire in Brooklyn provoca indiferencia aunque es fiel a los patrones fílmicos ofrecidos por Murphy. Por si alguien está interesado, el filme es un ripeo de Blacula, aunque el vampiro lleva melena rizada y se llama Maximiliam. Un intento de respetar las coordenadas de un género, en este caso el terror y para más datos, las películas de vampiros (cuyas señas de identidad no son adulteradas, y es lo mejor de la función) pero mezclándolas, ay, con un humor grueso, de trazo chusco, que ni divierte, ni hace gracia y es poco más que un obstáculo en el desarrollo del filme (sirva de ejemplo los avatares del siervo zombie interpretado por Kadeem Harrison).
Craven hace lo que puede (o sea, muy poco) aunque el nivel de producción de la propuesta no es escaso. Y lamentablemente, echa a perder, las siempre fascinantes posibilidades de la propuesta. Eddie Murphy se toma muy en serio su papel y abre mucho los ojos para que su caracterización tenga tal efecto. Además para que sus fans no se aburran, se desdobla en varios personajes para demostrar sus dotes transformistas. Del cómico fresco y pendenciero de sus inicios, aqui queda muy poco. Para curiosos reseñar, que el finado Lucio Fulci volvió a criticar a Wes Craven el plagio de algunas escenas de esta película (bromas con el italiano muy pocas y al Craven le tenía atravesado).
Toma Dos: A finales de los 80, y aprovechando la moda de películas de gangsters (El Padrino III, Uno de los nuestros...), Eddie Murphy decidió pasarse a la dirección con Noches de Harlem (1989), un intento de homenajear y reivindicar el papel afroamericano en tal género y de paso, reunirse delante de las camaras con su adorado Richard Pryor.
En los tumultuosos años 20, Sugar Ray es el propietario de una casa de juegos en Harlem. Con la ayuda de su hijo Quick, Sugar tratará de evitar que el gángster Bugsy Callhoune, que cuenta con la colaboración de un policía corrupto, se entrometa en sus negocios.
Una lujosa producción compensada en los apartados técnicos con profesionales de primer nivel y respaldo de Paramount Pictures. El resultado aunque lejos del desastre anteriormente citado, carece de la brillantez deseada, dada la falta de homogeneidad del resultado. Un filme criminal con algunas notas de humor, que como película de gansters sabe a poco y como comedia de aromas clásicos se queda corta. No aburre pero tampoco engancha y Murphy no volvió a reincidir en la silla de director, por algo será. Curiosamente y a pesar de los problemas que se vivieron durante su producción, Richard Benjamin obtuvo resultados superiores con un apuesta similar Ciudad muy caliente (1984), reunión de dos estrellas de la pantalla: Clint Eastwood y Burt Reynolds.
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