Americana (1983) es un título
atípico en la obra de David Carradine, tanto por ser una de sus escasas
incursiones detrás de las cámaras, como por su dificultoso proceso de
gestación: la película no se pudo concluir hasta una década después de empezar
a ser filmada. El actor tuvo que ir financiando poco a poco su deseada obra
mientras iba trabajando en todo tipo de películas. Encontrar datos sobre ella
es francamente difícil a la espera de que alguien edite en España "Endless
Highway", la autobiografía del finado actor donde se le dedica un importante
espacio. Aceptemos simplemente que se trata de una adaptación de “The Perfect
Round” una desconocida novela escrita por Henry Norton Robinson (a todas luces
interesante por lo apreciado en la película) y destaquemos la presencia de la
maravillosa Barbara Hershey, unida sentimentalmente al actor entre 1973 y 1975,
con la que formaba una de las parejas señeras de la contracultura
Hollywoodiense.
En un errático camino sin rumbo,
el soldado sin nombre llega a un pueblo perdido de Kansas donde empieza a
reconstruir un derruido y oxidado tiovivo abandonado por los propios vecinos.
El objeto en cuestión de indudables connotaciones alegóricas funciona en el
film como recuerdo de un pasado olvidado, un hacedor de felicidades pasajeras
que en la convulsa América postvietnam ha perdido todo su valor. La acción del
soldado, en un empeño solitario y no exento de contrariedades es vista por los
lugareños con lógica ironía y no poco desprecio. De alguna manera, la acción
individual de un extraño por reconstruir una parte del glorioso pasado no dará
sus frutos hasta que la obra esté concluida.
Americana (1983) comparte época y filosofía con los
moteros tranquilos y los toros salvajes. Sin embargo, Peter Biskind no la hace aparecer por las páginas de su interesante obra.
Quizá la personalidad de David Carradine no era lo suficientemente convulsa o
llamativa para darle salida en el polémico libro, pero su aventura para sacar
adelante Americana, tiene al menos tanto valor como algunos hechos allí narrados. Sirvan de ejemplo los
rodajes de The Last Picture (1971), la aventura lisérgico-andina vivida por
Dennis Hopper y un puñado de conocidos outsiders del mundillo del cine o la singular Sorcerer (1977) de William Friedkin, inmersión del cineasta
norteamericano en el horror vacui en una obra desbocada de evidentes
resonancias conradianas (Houston, Fuller y Herzog también son aquí admitidos).
Se apreciará por mis palabras que
hablo de Americana como una obra de los años 70, y es así como debe de ser
catalogada. Su estreno en 1983 es un accidente no premeditado por que
esencialmente estamos ante una cinta que comparte valores, personajes y
situaciones que ya en el año de su estreno habían ya fenecido. Por si había
alguna duda, Dennis Hopper, pope de la revolución contracultural
cinematográfica había puesto la losa definitiva en su magistral Out of the Blue
(1980), aparente manifiesto del nihilismo punk que descubría sin tapujos las
cenizas de la era de acuario. Y el tandem Wim Wenders/Sam Shepard buscaba el
american spirit desde otros postulados éticos y estéticos.
El estilo empleado por Carradine,
naturalista y sin molestas fricciones manieristas, otorgan a Americana una insólita
veracidad que la aleja de premeditados juegos metalingüísticos. Carradine no
busca dogmatizar ni sermonear al espectador. No carga las tintas en su
exposición de ideas aunque las resonancias sociopolíticas son evidentes. Sus
acciones, comportamientos y miradas, sus propios movimientos otorgan dignidad a
su insólita e inexplicable empresa. El deseo, la violencia, la sin razón, la
incomunicación, el hastío o la frustración son piezas integrantes del puzzle
propuesto por el protagonista de El Huevo de la Serpiente (1977).
A diferencia de Arthur Penn o
Dennis Hopper, Carradine no desarrolla un retrato generacional aunque su
personaje y el mundo en que vive tienen algunos paralelismos con las obras de
los citados cineastas. Tampoco hay que olvidar el legado del siempre interesante
Monte Hellman: el soldado sin nombre es compañero de correrías de los
protagonistas de Carretera asfaltada en dos direcciones (1971) o Cockfighter
(1974). Pueden ser entre estas dos franjas autorales (el retrato generacional y
sus consecuencias desarroladas en diversas ocasiones por Hopper y Penn, y el
existencialismo sin rumbo en los personajes de Hellman) donde mejor se encuadre
una obra como Americana: un caballo negro buscando su sitio en el sueño
americano. Una peculiar quimera trasnochada en su llegada a los cines: un año
antes otro exsoldado sin rumbo había reivindicado su posición a sangre y fuego
en la Norteamérica
de los 80. El rearme ideológico de la América vencida iba evidentemente por otros
caminos.
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