lunes, 27 de agosto de 2012

AMERICANA (1983)

El presente artículo fue escrito para el estupendo blog  "La abadía de Berzano" y allí fue publicado el 20 de Octubre de 2009. (Podeis ver la reseña original directamente pulsando aquí). Lo publico de nuevo con ligeras variaciones.



Americana (1983) es un título atípico en la obra de David Carradine, tanto por ser una de sus escasas incursiones detrás de las cámaras, como por su dificultoso proceso de gestación: la película no se pudo concluir hasta una década después de empezar a ser filmada. El actor tuvo que ir financiando poco a poco su deseada obra mientras iba trabajando en todo tipo de películas. Encontrar datos sobre ella es francamente difícil a la espera de que alguien edite en España "Endless Highway", la autobiografía del finado actor donde se le dedica un importante espacio. Aceptemos simplemente que se trata de una adaptación de “The Perfect Round” una desconocida novela escrita por Henry Norton Robinson (a todas luces interesante por lo apreciado en la película) y destaquemos la presencia de la maravillosa Barbara Hershey, unida sentimentalmente al actor entre 1973 y 1975, con la que formaba una de las parejas señeras de la contracultura Hollywoodiense.

 
En un errático camino sin rumbo, el soldado sin nombre llega a un pueblo perdido de Kansas donde empieza a reconstruir un derruido y oxidado tiovivo abandonado por los propios vecinos. El objeto en cuestión de indudables connotaciones alegóricas funciona en el film como recuerdo de un pasado olvidado, un hacedor de felicidades pasajeras que en la convulsa América postvietnam ha perdido todo su valor. La acción del soldado, en un empeño solitario y no exento de contrariedades es vista por los lugareños con lógica ironía y no poco desprecio. De alguna manera, la acción individual de un extraño por reconstruir una parte del glorioso pasado no dará sus frutos hasta que la obra esté concluida.

Americana (1983) comparte época y filosofía con los moteros tranquilos y los toros salvajes. Sin embargo,  Peter Biskind no la hace aparecer  por las páginas de su interesante obra. Quizá la personalidad de David Carradine no era lo suficientemente convulsa o llamativa para darle salida en el polémico libro, pero su aventura para sacar adelante Americana, tiene al menos tanto valor como algunos  hechos allí narrados. Sirvan de ejemplo los rodajes de The Last Picture (1971), la aventura lisérgico-andina vivida por Dennis Hopper y un puñado de conocidos outsiders del mundillo del cine o la singular Sorcerer (1977) de William Friedkin, inmersión del cineasta norteamericano en el horror vacui en una obra desbocada de evidentes resonancias conradianas (Houston, Fuller y Herzog también son aquí admitidos).

 
Se apreciará por mis palabras que hablo de Americana como una obra de los años 70, y es así como debe de ser catalogada. Su estreno en 1983 es un accidente no premeditado por que esencialmente estamos ante una cinta que comparte valores, personajes y situaciones que ya en el año de su estreno habían ya fenecido. Por si había alguna duda, Dennis Hopper, pope de la revolución contracultural cinematográfica había puesto la losa definitiva en su magistral Out of the Blue (1980), aparente manifiesto del nihilismo punk que descubría sin tapujos las cenizas de la era de acuario. Y el tandem Wim Wenders/Sam Shepard buscaba el american spirit desde otros postulados éticos y estéticos.

El estilo empleado por Carradine, naturalista y sin molestas fricciones manieristas, otorgan a Americana una insólita veracidad que la aleja de premeditados juegos metalingüísticos. Carradine no busca dogmatizar ni sermonear al espectador. No carga las tintas en su exposición de ideas aunque las resonancias sociopolíticas son evidentes. Sus acciones, comportamientos y miradas, sus propios movimientos otorgan dignidad a su insólita e inexplicable empresa. El deseo, la violencia, la sin razón, la incomunicación, el hastío o la frustración son piezas integrantes del puzzle propuesto por el protagonista de El Huevo de la Serpiente (1977). 

A diferencia de Arthur Penn o Dennis Hopper, Carradine no desarrolla un retrato generacional aunque su personaje y el mundo en que vive tienen algunos paralelismos con las obras de los citados cineastas. Tampoco hay que olvidar el legado del siempre interesante Monte Hellman: el soldado sin nombre es compañero de correrías de los protagonistas de Carretera asfaltada en dos direcciones (1971) o Cockfighter (1974). Pueden ser entre estas dos franjas autorales (el retrato generacional y sus consecuencias desarroladas en diversas ocasiones por Hopper y Penn, y el existencialismo sin rumbo en los personajes de Hellman) donde mejor se encuadre una obra como Americana: un caballo negro buscando su sitio en el sueño americano. Una peculiar quimera trasnochada en su llegada a los cines: un año antes otro exsoldado sin rumbo había reivindicado su posición a sangre y fuego en la Norteamérica de los 80. El rearme ideológico de la América vencida iba evidentemente por otros caminos.

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