Ahora que las luces se han apagado toca recapitular. Sorprende, que un cineasta de sus características, único e inimitable, marginal e irrepetible, sea portada en periódicos y semanarios culturales, con hermosos y admirables obituarios. Los aficionados y seguidores de su cine con todo ayer a pesar de la noticia teníamos una agradable sonrisa. En los lugares, mas inesperados Jesús Franco fue recordado y loado. En las redes sociales, el asunto fue más directo y como siempre más emotivo. Todos contribuimos con fotos, comentarios, videos, temas musicales, anecdotas...Falleció el hombre pero brotó con fuerza la leyenda (que como sabemos ya existía).
No haré ni me dejaré llevar por la nota aséptica y bien hilada. Prefiero comentar mi experiencia cinéfila o cinéfaga sobre tan singular cineasta, desde hace años uno de mis guilty pleasures. Tampoco soy un erudito en su obra. Con suerte abré visto algo más de un tercio de su obra (entre 65 y 70 películas) y con el tiempo la obsesión inicial ha ido mutando en un entretenido hobby entorno a su filmografía. Hace veinte años ver sus películas no era fácil. Se buscaban por diversos medios y no se encontraban. Había comentarios elogiosos de Carlos Aguilar, Ramón Freixas, sus sobrinos Miguel y Javier Marías (especialmente el segundo), y logicamente del finado Ricardo Franco. Algunas entrevistas con él o con algún colaborador, el monográfico irrepetible en "Dezine", notas en fanzines patrios. Y material publicado en el extranjero pero no de difícil acceso. Ante tal imposibilidad, lo primero que hice fue indagar, anotar, rebuscar en todo tipo de papeles y surgió un cuadernillo de notas que fue hoja de ruta durante muchos años y que algunos amigos de facultad conocieron de primero mano. Lamentablemente ya no lo conservo.
Lo siguiente fue ver su obra. Gracias a contactos y otros menesteres, aparte del boom post-Killer Barbyes el cine de Jesús Franco empezó a ser visible y algunas misterios empezaron a desvelarse. Hubo sorpresas y descepciones pero siempre primaba el inconfundible encuentro con un cine único, un mundo personal repleto de obsesiones, disgresiones genéricas, emociones y pulsiones variadas donde las mujeres se erigían en centro vital de su particular iconografía. El pulp, el noir, el comic, el jazz, el erotismo, el pop, el cine de vanguardia, la serie B...todo se combinaba para dar lugar en el mejor de los casos a joyas irrepetibles sin fecha de caducidad: Tenemos 18 años, Gritos en la noche, La mano de un hombre muerto, Miss Muerte, La muerte silba un blues, Cartas Boca Arriba, Vampiresas 1930, Necronomicon, Lucky el intrépido, Bésame monstruo, El caso de las dos bellezas, De sade 70, Las vampiras, Dracula contra Frankenstein, Les cauchemars naissent de la nuit, Diario de una ninfomana, Al otro lado del espejo, El Sadico de Notre Dame, Los blues de la calle pop...Cinema bis de espectro global, multiforme y trotamundista rodado en todo tipo de condiciones y con variedad de profesionales, donde su gestación aventurera y en ocasiones lumpen fue primando sobre el resultado final.
En una filmografía tan extensa, tan inabarcable, tan suculenta en delirios es facil encontrar de todo. En mi caso, me fui decantando por su primera etapa (posiblemente la mejor) e ir encontrando piezas recuperables en los 70 y ya con menos suerte en las tres últimas decadas. Sin embargo, incluso en sus películas menos satisfactorias, hay algo que recordar: un momento, un diálogo, un personaje, una escena, un actor, una actriz, un desnudo...Es una marca habitual en la obra de Franco, que muta con el tiempo hasta
llegar al cine kamikaze con el que ha seguido vivo desde su
resurrección a mediados de los 90. Creó una musa para la eternidad: la adorable Soledad Miranda. Y tuvo un reflejo posterior mas personal en la inigualable Lina Romay compañera vital hasta su triste e inesperada desaparición.
Comentan que mentía por principio, como buen fabulador que era (algunos dicen que hizo siempre la mismas películas en diferentes lugares engañando una y otra vez a incautos productores). Y de hecho hace unos años nos regaló su mejor obra. Un libro de memorias tan delirante y divertido, incierto o fantaseado que resultaba siendo soberbio, singular e increible. Una lectura tan adicitva como la que posteriomente Carlos Aguilar le dedicó en su excelente monografía. Ganó un Goya Honorífico ofreciendo uno de los grandes momentos que tal insulsa e insipida ceremonia ha tenido en su apática trayectoria. Pero sobre todo brindó al cine español uno de los legados más inclasificables de su historia y puestos a comparar del cine universal. Por que de puertas afuera queda muy bien la marca Almodovar pero en el asfalto cinéfilo y cinéfago todos sabemos que en las trincheras del celuloide después de Luis Buñuel, el cineasta español más recordado, seguido, alabado, criticado y también odiado es Jesús Franco Manera.
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