El orden involuntario alimenta la insatisfacción, madre del desorden, padre de la guillotina.
Las sociedades auroritarias son como el patinaje sobre hielo: intrincadas, de una precisión mecánica y, sobre todo, precarias.
Dentro de la frágil corteza de la civilización se agita el caos y existen lugares donde el hielo es delgado a traición.
Cuando la autoridad detecte que el caos le pisa los talones usará las estratagemas más infames para salvar su fachada de orden pero el orden sin justicia, sin amor o libertad no puede posponer el descenso de su mundo al pandemonium.
La autoridad permite dos roles: el torturador y el torturado.
Transforma a la gente en tristes maniquíes que temen y odian mienras la cultura cae en el abismo.
La autoridad deforma el trasero de sus hijos, convierte su amor en una pelea de gallos.
El colapso de la autoridad destruye habitaciones, aulas, iglesias y escuelas por igual.
No hay control.
La igualdad y la libertad no son lujos que se puedan dejar de lado como si nada.
Sin ellas, es inevitable que el orden alcance profundidades difíciles de imaginar.
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