viernes, 2 de octubre de 2009

BLADE (1998)


El personaje creado por Marv Wolfman y Gene Colan, pronto llamó la atención del mundo del cine, destacando una producción que ya a mediados de los 70, el insigne Roger Corman no consiguió sacar adelante. Puestos a soñar, hubiese sido interesante ver lo que en ese momento se hubiese logrado, sin un ambiente tan viciado por adaptar cualquier viñeta al celuloide ni intentar apuntarse al vagón de la modernidad. Una producción de la New World, en su momento más productivo, dirigida por uno de los jóvenes cachorros de Corman (cada uno que elija su preferido), adaptando por poner un ejemplo el enfrentamiento del cazavampiros contra la legión de la muerte y protagonizada por el gran Bernie Casey (esta es una elección personal). De alguna manera, se hubiese devuelto el favor al comic: Gene Colan se inspiró en actores como Jim Brown para darle un empaque físico al personaje.


En los 90, New Line compró los derechos del personaje y llevó a buen puerto el film. Un aspecto francamente curioso dado el carácter secundario que nuestro cazavampiros tiene dentro de la mitología creada por la factoría de las ideas. Sin embargo, su éxito comercial supuso el pistoletazo de salida para que Marvel llevase su amplio catálogo al mundo del celuloide. Aunque se barajaron varios nombres para dirigir la película (Ernest Dickerson, Sam Raimi y David Fincher entre ellos) fue Stephen Norrington el que finalmente convenció a los productores para hacerse con las riendas del film. Del libreto, se ocupó todo un experto en estas lides, el desigual y en ocasiones temible David S. Goyer, nombre vinculado a algunas adaptaciones superheroicas made-in-Hollywood (la secuela del Cuervo, el telefilme de Nick Furia, los nuevos Batman, Ghost Rider) aunque su mejor trabajo como escriba sigue siendo Dark City. Goyer y Norrington se tomaron bastantes licencias a la hora de trasladar al cazavampiros negro a la pantalla, variaciones que fueron siempre apoyadas por Stan Lee, aunque en ocasiones se desvirtuase la esencia misma del personaje.


Blade narra la historia de un híbrido de ser humano y vampiro (su madre fue mordida por un ser de la noche antes de dar a luz) en su enfrentamiento contra el mundo de los nosferatu. Para no caer en un proceso regresivo y acabar convertido en una de sus odiados enemigos, Blade debe alimentarse de un suero especial. El caza vampiros es el mayor enemigo de la nación vampira, el mítico daywalker cuya condición es anelada por todos ellos. Azote de chupasangres, experto en su selectivo exterminio, ayudado por tan solo por unos pocos elegidos (entre ellos, su mentor Whistler), Blade tiene que enfrentarse a Deacon Frost, un temible vampiro que aspira a controlar la tierra y a hacerse con las riendas del mundo de la noche.


A pesar de sus buenos momentos, especialmente la descripción de todo lo referente a la organización secreta del mundo de los upiros, y al buen hacer de Wesley Snipes (algo más cargante en las secuelas), Blade (1998) es un excesivo galimatías de cine vampírico, gore, neogoticismo, incómodas intrusiones de acción hongkonita, vindicación blaxploiter y estética high-tech. Resumiendo, postmodernidad superheroica bañada lógicamente de evidentes postizos levemente intimistas (la tortuosa condición bipolar del personaje) y juego metalingüísticos tan inminentemente efectivos como fatuos. Se echa de menos en muchas ocasiones, la ingenuidad con la que el personaje fue retratado en las viñetas setenteras, en los añejos magazines de terror de la compañía Marvel.


Quedan para la posteridad algunos excelentes momentos: la incursión de Blade en plena orgía sanguinolenta en la secuencia inicial de la película (con la presencia excesivamente recortada de Tracy Lords), la ejecución de Udo Kier a plena luz del sol llevada a cabo por la joven y ambiciosa camada, y un epílogo ambientado al otro lado del finiquitado telón de acero. Un gran éxito comercial, perfectamente estudiado por sus máximos hacedores, que tuvo secuelas de todo tipo.


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