





“Bruce” LeRoy Green aspira a conseguir el último dragón, etapa final en su aprendizaje para ser considerado un maestro de las artes marciales. En su ardua búsqueda (es un decir), se topará con la incomprensión de su familia, el desprecio de su hermano, una cantante que ejerce de presentadora en un programa musical de TV, un irrisorio villano que se dedica a manipular y controlar todo lo que se le pone por delante, matones del tres al cuarto, chinos ennegrecidos….y de propina Sho´nuff, el shogum de Harlem (samurai en el doblaje español) un inenarrable némesis que provoca la hilaridad en cada una de sus apariciones. Al final todo se arreglará como es debido para que el público más infantil se vaya tranquilamente a su casa con una sonrisa de oreja a oreja.
A Berry Gordy se le ocurrió mezclar en la coctelera artes marciales, pop-funk 80´s, romance y humor a la estela del éxito de Karate Kid. El resultado fue un auténtico despropósito, que inexplicablemente con el tiempo como muchas cosas en esta vida han ido adquiriendo su condición de culto. Gordy con su buen olfato para los negocios se sacó un film 100% comercial, nulo artísticamente pero que rentabilizo al máximo tanto en taquilla como en el mercado musical.
Que la película estaba condenada desde sus orígenes lo sabían sus máximos hacedores. Negros comportándose como chinos y viceversa no puede deparar nada bueno.Un Michael Schultz en horas muy bajas filma con desgana un libreto que tuvo que reescribir e incluso arrancar páginas para poder ajustarse a un presupuesto que fue decreciendo a medida que avanzaba la producción. El resultado tuvo que ser algo desastroso cuando se tuvo que recurrir a los siempre complicados remontajes acreditados. Entre canción y canción en un ambiente propio de “Tocata” se suceden los chistes baratos, las peleas más bien escasas, situaciones propias de sitcom televisiva, algo de romance para contentar al espectro femenino de la audiencia, mucho neón iluminado, camisas con hombreras, pelucones coloreados y un largo etc.
Larga como ella sola (109 minutos) tan solo queda entretenerse en algunos aspectos anecdóticos: encontrarse con un William H. Macy rubio de indumentaria ad hoc, descubrir entre los secundarios a Chazz Palminteri o a Mike Starr, disfrutar de la horrible canción de Vanity (aunque las de Faith Prince no le desentonan demasiado), entretenerse con las imágenes de las películas de Bruce Lee, el aura luminoso que resplandece en la pelea final o ver por primera vez en una película como alguien come palomitas en un cine con palillos chinos (por cierto, en la mejor escena del filme, si es que las hay). El potente soundtrack (único motivo de realización de la película) incluye un extraño batiburrillo de artistas made-in-motown que agrupados pueden provocar alguna indigestión: Stevie Wonder, Willie Hutch, Smokey Robinson & Syreeta, Rockwell, Norman Whitfield, Vanity, DeBarge (y sus sonrisitas), The Temptations....
Un par de detalles para finalizar. El controvertido Berry Gordy (cuyo nombre preside el título de la película) ha estado detrás de algunas producciones afroamericanas de los años 70, casi todas ellas con su protegida Diana Ross: El ocaso de una estrella (1971) biopic de la inolvidable Billie Holiday dirigido por Sidney J. Furie, Mahogany (1975) en la que se puso el mismo detrás de las cámaras llegando a expulsar a todo un inexperto como Tony Richardson, The Bingo Long Travelling all-stars & Motor Kings (1976) sobre un equipo negro de baseball en los difíciles años 30, que aunque interesó a Steven Spielberg acabó en manos de John Badham) y El Mago (1978) revisión disco del clásico de L. Frank Baum a cargo de Sidney Lumet (quien sustituyó a John Badham) y uno de los grandes desastres financieros de la época. De su último invento como productor amenazan con un futuro remake en el que Samuel L. Jackson encarnaría al temible Sho´nuff, Quedais avisados.
Entre los coreógrafos de las escenas de acción aparece Ron Van Clief, auténtico leyenda viva de las artes marciales y el único Black Dragon del cine afroamericano. Hablaremos de él próximamente.
Retrocedamos en el tiempo. Como no podría ser de otra forma, el terror también infectó el cine afroamericano de los 70, ya sea extrapolando nombres básicos del género (Drácula, Frankenstein, Jekyll & Hyde…) o desarrollando temas clásicos del mismo (zombies, posesiones, monstruos mutantes…). Los resultados (ya lo hemos comentado en alguna otra ocasión) no fueron precisamente muy satisfactorios, aunque siempre hubo las lógicas excepciones y algunos delirios a retener. Títulos como Blackenstein, Sugar Hill o Abby son buen ejemplo de una época en que la sangre tuvo color negro.
La aparición de Blacula (1972) es interesante por varios motivos. Por un lado,
Frente a un proxeneta escapado de la justicia y perseguido por todos, un camello negro de armas tomar o un detective de color impartiendo justicia de manera implacable, nos encontramos aquí con el principe Mamuwalde, vampirizado por el mismísimo Conde Drácula (de actitudes racistas nada sospechosas), maldito a su pesar que resucita en nuestros días vagando por las calles en busca de sangre y de su amor perdido. Blacula sigue las pautas clásicas del típico film de vampiros: chupasangre revivido por la imprudencia de dos anticuarios gays, encuentro fortuito con su antagonista (el doctor Gordon Thomas, negro para más señas) y la aparición en escena de la supuesta reencarnación de su amada Luva. El previsible love-never-dies no tendrá efecto y Blácula perecerá en un inesperado acto suicida que sorprende en un film de sus características. Estamos, por lo tanto, y con permiso de Paul Naschy ante el primer vampiro romántico del cine moderno, cuya condición racial le imprime un insólito aspecto reivindicativo.
Blacula supone un nuevo intento por actualizar la imagen del vampiro en un contexto contemporáneo. El principe Mamuwalde visita clubs nocturnos con capa de mode pero al ritmo ambiental de los impresionantes The Hues Corporation, que animan con su presencia todas las apariciones del upiro en el local. El vampiro cometerá una serie de crímenes que son investigados de manera infructuosa por la policía aunque finalmente, asediaran a nuestro chupador nocturno como si fuese un vulgar criminal. La elegancia y compostura del actor William Marshall se ve en ocasiones fuera de lugar, como si el actor visitase el set de una película que no le corresponde. Este detalle provoca momentos francamente delirantes y divertidos amen de ocasionales apuntes netamente psicotrónicos (“Este tío es muy raro…” cita en más de una ocasión Skillet, único personaje que parece consciente ante el despropósito al que estamos asistiendo).
Destaquemos algunos momentos puntuales, como los diversos ataques de los vampiros, la histeria final provocada por los mismos y el citado suicidio del protagonista, algo francamente novedoso en la temática desarrollada. Lo mejor de la función sin lugar a dudas, son sus excelentes títulos de crédito a cargo de Sandy Dvore y la estupenda banda sonora de Gene Page, donde destacan los temas cantados por The Hues Corporation (There he is again, I´m gonna get you y What the World knows).
Drácula negro (1972) sin embargo funcionó comercialmente, generó una secuela, ganó el premio a la mejor película de terror otorgado por
La psicotronía del mes. Uno de esos títulos que se beneficia claramente de la fiebre post-grindhouse y lo hace de la forma más irreverente y provocadora posible. Una película perfecta para cualquier sesión golfa que se precie aunque posiblemente provoque deserciones y bostezos varios. Los más viejos del lugar posiblemente recuerden un clásico zetoso de los 80 titulado Black Devil Doll From Hell, facturado o así, por el desconocido Chester Novell Turner, con clara textura amateur y saltándose a la torera cualquier norma cinematográfica que se precie. El film narraba las aventuras de un muñeco asesino, bastante chingón en todos los sentidos, y que realizaba todo tipo de barbaridades (bueno, no tantas) a lo largo de su no demasiado abultado metraje. Los hermanos Lewis, aunque no traten de ocultarlo se fijan claramente en este precedente y se sacan de la manga este peculiar rip-off donde homenajean a la insigne obra del citado Turner.
Su trama sonroja a cualquier guionista poco espabilado. Una joven despampanante y bastante aburrida libera a través de su ouija el espíritu de un activista negro, ejecutado en la silla eléctrica por violar y asesinar a 15 mujeres blancas. El militante de nombre Mubia Abuj Jama acaba reencarnado en un muñeco al que metamorfosea en pigmentación de piel y en pelambreras afro. En su nueva vida, el muñeco asesino se lía con la encantadora joven y posteriormente, monta una orgía de sangre y sexo con las amigas de esta. El desenlace dejará a más de uno con la boca abierta.
Está insolita vindicación del cine zetoso más ochentero se acerca más a los títulos filmados por Olen Ray y Wynorski al servicio de conocidas scream queens, que a los films que llenaron las grindhouse de antaño. Abunda el gore, los desnudos gratuitos, los chistes sin gracia, las provocaciones de todo tipo y alguna que otra salida escatológica que deja perplejo al personal.
Una obra de buscado acabado amateur, con actrices más preocupadas por mostrar sus encantos que por decir sus escasas líneas con una mínima coherencia, trotonas de siliconados encantos (algunos andan citando al finado Russ Meyer) dispuestas a todo tipo de desvaríos, ambiente sucio y desastrado, y cantidades generosas de sangre para mantener despierto al personal más encallecido. El muñeco negro a priori tiene gracia, pero la va perdiendo a lo largo de su escaso metraje (que a duras penas, y con todo tipo de insertos en los créditos finales, apenas llega a los 70 minutos).
Destaquemos eso sí sus estupendos títulos de crédito, una pequeña joya en el lodazal que viene a continuación y su muy entonado score a cargo de Giallos Flame, banda británica creada por Ron Graham con vocación revival de las maravillosas soundtrack italianas de la época dorada. Para la ocasión, Giallos Flame opta por una música que bebe del cine afroamericano setentero desde una perspectiva claramente revisionista. Otro aspecto a destacar en el film, es su muy cuidado marketing que recupera con encanto el diseño de los carteles del viejo cine de explotación. Su director, Jonathan Lewis, un jovenzuelo con 25 primaveras, ya anda enfrascado con una nueva película, Darkness of the Night, un homenaje a los grandes clásicos de la escuela terrorífica italiana. Al menos eso es lo que dice. ¡Quedáis avisados!.